miércoles, 19 de septiembre de 2007

Realizativos desafortunados

Dices que la semana que viene veréis juntos una película complicada. No sabes que sólo con esa expresión estás encendiendo cientos de cohetes que explotan a la vez dibujando luces de colores en el cielo. Ni ves el rápido reflejo de su brillo en los ojos ni escuchas los ecos de su estallido en la respiración.
Y cuando pasan los días te das cuenta de que ni siquiera tienes tiempo para ver una película ligera; pero dices que lo tendrás (esta vez sin fecha: vas aprendiendo). Así suavizas un poco la vuelta a la realidad: al despertar, no recuerdas bien lo que has soñado.

Dices que volverás a leer ese poema siempre que haga falta. Sabes dónde retumba cada acento y qué verso es capaz de provocar(te) una sonrisa. No podría ser de otra manera, lo has escrito tú.
Sin embargo, las palabras que un día suenan justo a tu medida, al siguiente te parecen chirriantes y vacías. Cuando rasgas el papel y piensas que ese sonido es mucho mejor que el tono desafinado del poema no eres consciente de que estás rasgando a la vez muchas sonrisas (de que lejos de ti arden y se oscurecen los fuegos artificiales), y entonces eres tú quien sonríe de un modo desafinado.

Dices que nunca vas a resignarte. Y cada letra de la idea que latía en tu cabeza se estremece ante el temblor aterrorizado de tus dedos.