sábado, 13 de noviembre de 2010

Inventarse una lengua muerta

Lanzó su ojo como si fuera una canica y dejó que rodara y rodara a través de los miércoles, de los trabajos de verano, de todas las novelas que había dejado abiertas por la página 40 y de las puntas de los dientes.
El iris dejó manchas marrones en las hojas de los árboles. El humor acuoso tuvo la culpa de que un niño resbalase en el suelo del colegio y se hiciera daño en la rodilla. Aquellos músculos diminutos fueron mordisqueados por la dentadura postiza de un viejecito amante de las ensaladas sin aliñar. La córnea rebotó en la cabeza de varios de sus amigos y después quiso ser pompa de jabón y se hizo una operación de cambio de sexo. La retina serpenteó libre entre colores infrarrojos. El humor vítreo decidió dedicarse a la vida contemplativa, de momento, y se camufló entre unos ladrillos. Incluso la fóvea se compró un vestido de gala y llegó a ser una de las actrices mejor pagadas de Hollywood.
Y entonces descubrió que no tenía cristalino y que no había enfocado bien la situación. Pero ya no podía echarse a llorar.



Como quería robarle a medias una vieja entrada a un amigo...